sábado, 30 de marzo de 2013

Fragmento: "Astral Tuner", por Felipe Oro


Agosto 13, 200X

Un joven de semblante inexpresivo, pelo negro alborotado, y auriculares con vincha al cuello presiona el timbre de una larga residencia señorial de un periodo pasado. Lleva el uniforme de la secundaria alta local con la camisa por fuera y la chaqueta abierta y un maletín al hombro. «¿Diga?» Dice la voz de una mujer a través del aparato. El estudiante se presenta como Saiseki Shin, y señala que está allí por el aviso. 

                Al cabo de unos minutos, una anciana empleada conduce a Saiseki por un camino de piedra hacia el interior de la residencia. Dentro, se quita los zapatos y calza unas pantuflas para invitados, dejando el maletín a un costado. El interior está cargado de un fuerte aroma a incienso, que se intensifica a medida que avanzan a oscuras hacia las habitaciones del fondo. El silencio presente es apenas fragmentado en intervalos cortos, provocados por el arrastrar de las pantuflas de la anciana y un pitido ignoto, casi imperceptible murmura maldiciones al oído de Saiseki. Ya cerca del final del pasillo, se detienen frente a una puerta corrediza con el grabado de unas flores de loto. El resplandor titilante de las velas en el interior de la habitación se filtra a través del wagami y las flores parecen oscilar al compás de las llamas.


               —Puedes pasar —dice la voz quebrantada de una mujer en el interior.
                La anciana se arrodilla frente a la puerta y la abre con cuidado, manteniendo siempre una postura de reverencia. Saiseki entra a través de un humo de incienso fluorescente a una amplia habitación de cuatro puertas. Reconoce pergaminos con sellos en cada una de las puertas, incluida la que la anciana cierra detrás. Un centenar de velas e inciensos rodean el centro, donde se sitúa una mujer de mediana edad sentada frente al futón en el que yace una niña pequeña respirando con dificultad y que lleva un pergamino similar a los otros en la frente.
               —¿Qué dijeron los doctores? —pregunta Saiseki, sentándose junto a la mujer.
               —Le hicieron todos los exámenes pertinentes; no encontraron nada.
                 —¿Y el sacerdote?
              —Dijo que no se podía hacer nada aparte de mantenerlo sellado, pero que era un dios y el cuerpo de Nana-chan no resistiría —dice ella, y se echa a llorar sobre el futón y el cuerpo afiebrado de la niña.
                —Dudo que sea un dios. Tal vez fue haya sido deidad en algún momento, pero ahora mismo su trazo áurico está completamente corrupto. Un dios se mantiene como tal sólo si se mantiene a las expectativas de los humanos. Por lo tanto… —dice Saiseki mientras dirige su mano derecha hacia el pergamino en la frente de la niña.
         —¿Puedes curarla? —dice ella con un nuevo brillo en los ojos humedecidos.
Sin embargo, Saiseki la ignora y retira el pergamino de un tirón. Una sonrisa siniestra aparece dibujada en su rostro.
                —¡Es un Oni!
            Los cabellos se le revuelven por el viento aciago que de pronto aparece enfriando el cuarto cerrado. Las velas bailotean alteradas y se apagan en un chasquido, despidiendo un humo suave. La madre se altera y comienza a gimotear. No se puede ver más de lo que permite el último rayo de luz solar verdosa filtrado a través del papel de una de las puertas y un miasma putrefacto comienza a  emanar desde el cuerpo de la niña. La mujer intenta dejar la habitación, pero Saiseki la toma por la muñeca y le dice que guarde silencio y espere. El miasma adquiere un brillo espectral y gira en torno al cuerpo de la niña, sacándolo del futón y elevándolo por los aires. La habitación se torna en un acto de luces violáceas y sombras que se escurren por cada rincón, acentuando  tanto la expresión de horror en la mujer—los ojos abiertos en par y las comisuras de los labios temblando en una risita nerviosa—como las facciones imperturbables de Saiseki, que sólo se limita a mirar el espectáculo.
                —Humano... ¿Qué es lo que más deseas?
                La niña habla en un tono de voz grave. Resulta imposible decir si se trata de la voz de un hombre o el de una mujer. Es, más bien, como si se tratara de muchas voces en agonía, todas hablando al unísono.
                —Estás corrupto.
                Saiseki ignora la palabras del Oni y a la mujer que se le aferra al brazo temblando y sollozando y se pone los auriculares en las orejas al tiempo que saca un frasquito de plástico y un pañuelo.
                —Escuche —dice Saiseki, dirigiéndose a la mujer a su lado—. Debe hacer todo lo que le diga. No deje la habitación ni permita que nadie entre. ¿Está claro?
             Saiseki sostiene a la mujer por los hombros y la mira directo a los ojos, sin parpadear un sólo momento. Por un momento, un destello índigo se refleja en sus ojos.
                —Sí...
                La mujer deja de sollozar de pronto y se queda mirando el vacío.
                Saiseki derrama un poco del contenido del frasco en el pañuelo y luego le entrega el sobrante a la mujer, que se retira a un rincón apartado de la habitación.
                —Humano... ¿Cuál es tu deseo?
                No hay inflexión en la voz. No hay intención detrás. No hay nada.
                Saiseki coge su teléfono móvil, conectado a los auriculares e inicia el programa "OBE":

                Out-Of-Body-Experience Program >Track 1 >Loading…
                Out-Of-Body-Experience Program >Track 1 >Complete!

            Saiseki cierra los ojos y se lleva el pañuelo a la cara, tapando por completo la boca y las fosas nasales. Y entonces cae inconsciente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario