*Traducción al español más abajo.
THE THUNDERS roared, a
strong wind lashed out against the casement windows and Mr. Blake was leaning
back on his bed. A heavy rain was pouring since midday and, according to the forecast,
it would last until next Sunday. All of this, added to his arthritis and an
acute migraine, made it impossible for old Tom Blake to sleep that night, as he
stayed stock still against the headboard, breathing heavily to make himself
heard to the almighty force of nature. It was just Tuesday and his prospects to
get any sleep during that night and the others still to go were scarce. He
tried to pick up the thread of a novel that his daughter had given him for his
birthday: a romantic comedy about vampires who shine at sunlight and werewolves
with superb abs; and it was crap. Regrettably, there was nothing else to do.
The aerial was not working and he would have to wait until morning for the
technician to go and check it out. So he decided it was better to follow
through and kept going with the soporific novel. It had the effect of a big jar
of warm poppy milk. The man was finally sleeping.
Suddenly, a lightning
pierced the heavens with an intense light which struck the darkness of the
bedroom, making the shadows bop into a panicked frenzy. But even so, a single
silhouette remained impassive in front of the elder’s bed. It was about fifty-four inches and perhaps a bit chubby,
considering its height. Its hair was black and wavy. It was dressed in a red sweater, with
blue denim trousers and white sneakers.
It looked like a completely normal child. It had a light complexion like most Englishmen, pink cheeks and
hazel eyes. But there was definitely something which was not in its place. It
was three o’clock of a Wednesday in some month of the season of winter. The
elder lived alone and had no grandchildren of that age that he could remember.
But he was still sleeping and this did not matter for him. Not yet.
Then it was four
o’clock, the disgraceful hour and number of death for the Japanese people. But
this was Hastings, England, and people in there did not worry about foreign
superstitions. Not because they did not believe in their veracity, but simply because
their effects could not reach them. They were completely safe in their pale
foggy island.
Tom Blake woke up
exactly at four o’clock in the early morning. He was covered in a cold sweat
and felt something heavy over his chest. He tried to get up, yet he could not.
The room was pitch-dark and only his creaking neck would respond to his
movements. It was too real to be a dream and so he started to wonder and fear
of brain damage. There was a storm brewing outside and the windows were
threatening to hold wide open at any time. The old man strove to get the phone
on the bedside table and call an ambulance; but it was all in vain.
Tom had managed to
calm down a little when a new lightning struck the darkness once more. But this
time Tom was awake, completely conscious and his eyes were wide open and full
of horror. Over his chest was a ten year old Tommy Blake chewing up a chocolate
bar and laughing. LAUGHING!
Traducción
LOS TRUENOS rugían, un fuerte viento azotaba las contraventanas y el Señor Blake
estaba recostado en su cama. Una copiosa lluvia caía desde mediodía y, según el
pronóstico, se extendería hasta el domingo próximo. Todo esto, sumado a su
artritis y una intensa migraña, imposibilitaban al viejo Tom para dormir esa
noche, quien permanecía estático contra el respaldo de la cama, resollando para
hacerse oír frente a la todopoderosa fuerza de la naturaleza. Apenas era martes
y sus perspectivas para conseguir conciliar el sueño durante esa y las otras
noches que restaban ya eran escasas. Intentó retomar la lectura de una novela
que su hija le había regalado para su cumpleaños: una comedia romántica sobre
vampiros que brillan a la luz del sol y hombres lobo con abdominales
portentosos; y era una basura. Lamentablemente, no había más que pudiera hacer.
La antena de la tele no respondía y tendría que esperar hasta la mañana para
que el técnico fuera a revisarla. Así que siguió con la soporífera novela, y
tuvo el efecto de una caliente jarra de leche de amapola. El hombre por fin
dormía.
De
súbito, un rayo atravesó los cielos en una intensa luz azul que fulminó la
oscuridad del dormitorio, haciendo bailotear a cada sombra con ansiedad. Sin
embargo, una sola silueta permaneció impasible frente a la cama del anciano.
Medía unas cincuenta y cuatro pulgadas y era bastante corpulento para su
tamaño. Llevaba el pelo negro y ondulado. Vestía un chaleco rojo, con pantalones
de mezclilla azul y zapatillas blancas. Parecía un niño completamente
ordinario, de piel clara como muchos otros ingleses y mejillas sonrosadas. Pero
definitivamente había algo que no
estaba en su lugar. Eran las tres de la madrugada de un día miércoles en algún
mes de la estación de invierno. El anciano vivía sólo y no tenía nietos de esa
edad que él recordara. Pero el anciano aún dormía y esto no le preocupó. No
aún.
Entonces
ya eran las cuatro de la mañana, hora de infortunio y muerte para los
japoneses. Pero esto era Hastings, Inglaterra, y allí la gente no se preocupaba
por supersticiones extranjeras. No porque dudaran de su veracidad, sino más
bien porque sus efectos no podían alcanzarles. Estaban completamente a salvo en
su pálida y brumosa isla.
Tom
Blake despertó exactamente a las cuatro de la mañana. Estaba cubierto en un
sudor frío y sentía algo pesado sobre su pecho. Trató de levantarse, pero no pudo.
El dormitorio estaba completamente oscuro y sólo su cuello respondía a sus
movimientos. Era demasiado real para tratarse de un sueño y comenzó a temer un
posible daño cerebral. Una tormenta se cernía afuera y las ventanas amenazaban
con abrirse en cualquier momento. El viejo se apeó para conseguir el teléfono
del velador y llamar una ambulancia; pero fue todo en vano.
Tom
ya había conseguido calmarse un poco cuando un nuevo relámpago iluminó el
dormitorio una vez más. Pero esta vez, Tom estaba despierto, completamente consciente
y los ojos abiertos en par y llenos de horror. Sobre su pecho estaba él, de
diez años de edad, masticando una barra de chocolate y riendo. ¡RIENDO!
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