Un joven de semblante inexpresivo, pelo
negro alborotado, y auriculares con vincha al cuello presiona el timbre de una
larga residencia señorial de un periodo pasado. Lleva el uniforme de la
secundaria alta local —con la camisa por fuera y la chaqueta abierta— y un
maletín al hombro. «¿Diga?» Dice la voz de una mujer a través del aparato. El
estudiante se presenta como Saiseki Shin, y señala que está allí por el
aviso.
Al
cabo de unos minutos, una anciana empleada conduce a Saiseki por un camino de
piedra hacia el interior de la residencia. Dentro, se quita los zapatos y calza
unas pantuflas para invitados, dejando el maletín a un costado. El interior está
cargado de un fuerte aroma a incienso, que se intensifica a medida que avanzan
a oscuras hacia las habitaciones del fondo. El silencio presente es apenas
fragmentado en intervalos cortos, provocados por el arrastrar de las pantuflas
de la anciana y un pitido ignoto, casi imperceptible murmura maldiciones al
oído de Saiseki. Ya cerca del final del pasillo, se detienen frente a una
puerta corrediza con el grabado de unas flores de loto. El resplandor titilante
de las velas en el interior de la habitación se filtra a través del wagami y
las flores parecen oscilar al compás de las llamas.